lunes, 27 de agosto de 2007

Transmitir Luz... ser Luz

Gracias Señor,
por la vida que me regalas cada día.
Gracias Señor,
por tu Santo Espíritu
que alienta mi corazón en cada latido…
Gracias Señor,
porque puedo ver la maravilla de Tu Creación.
Gracias Señor,
porque puedo escuchar voces y sonidos…
Gracias Señor,
porque puedo caminar, acariciar,
tocar, trabajar, amar…
Gracias Señor,
porque puedo apreciar mental y sensorialmente
el asombroso milagro de cada día.
Gracias Señor,
por mi alma,
que se inclina ante Ti
y percibe tu misericordiosa Presencia
en todas partes.
Gracias Señor…


Transmitir Luz… ser Luz


La luz es un símbolo de la vida (cuando nace un bebé decimos que la mamá “dio a luz”), de la verdad (cuando alguien está confundido o en el error se suele decir que “camina a oscuras”) y del amor (la “llama del amor” llena el corazón).
La oscuridad o las tinieblas simbolizan, en cambio, la soledad, la muerte, el frío, el error.
En tiempos pasados, la luz venía del fuego, y Dios nos llama a ser fuego, a salir de la oscuridad y permanecer en la luz. Recibimos la luz, y necesitamos transmitirla al mundo. La luz es para dar. Él es la luz que nos ilumina a todos y nos pide ser luz para disipar la oscuridad.
En Proverbios 20:27 leemos: El espíritu en nosotros es la lámpara de Yahvé: escudriña los rincones de nuestro interior. O sea que el alma humana es candela del Señor.
En Shabbat se encienden velas, al principio y al final. Lo da por terminado, en una ceremonia llamada havdalá (distinguir) una vela hecha de varias mechas y su llama, grande y movediza, anticipa la agitación de la vida, al retornar a otra semana de trabajo, cuando la santidad del Shabbat se diluye.
El orden sobre el caos comienza con la orden divina: Hágase la Luz (Génesis 1:3).
Moisés experimenta por primera vez la Santa Presencia, como una zarza ardiente que no se consume (Éxodo 3:2). La compasión de Dios se manifiesta en el desierto, como un pilar de nubes durante el día y un pilar de fuego durante la noche, para guiar al pueblo en su ardua jornada (Éxodo 13:20-21). En el Monte Sinaí, la Santa Presencia se establece como un fuego en la cima de la montaña: Todo el Monte del Sinaí estaba humeando, porque el Señor había descendido sobre él en fuego (Éxodo 19:18).
El Salmo 36:10 habla de la luz divina: En Ti se halla la fuente de la vida, y es por Tu Luz que vemos la luz. El Salmo 119:105 dice: Para mis pasos Tu Palabra es una lámpara, una luz en mi sendero. El Midrash concibe a Dios prometiendo: Si Mi luz está en tus manos, tu luz estará en Mi mano (Shemot Raba 36:3).
Es una hermosa alegoría, como la reflejada en Proverbios 6:23 donde se revela que
la Torá es una lámpara, la enseñanza es una luz y las correcciones enseñan el camino de la vida.
En el misticismo judío se dice que cuando el hombre se ha transformado en un recipiente puro, capaz de contener la Luz Divina, puede aspirar a devekut (vínculo, adhesión a Dios). El “fuego que consume” representa el placer extático del espíritu, el estado de arrobamiento en que el alma siente que “desfallece de amor” (Cantar de los Cantares 2:5)
En la Nueva Alianza, Timoteo 6:16 nos dice que Dios habita en una luz inaccesible. Juan en su primera carta 1:5 que Dios es Luz, en El no hay tiniebla alguna, y en el Evangelio que la Palabra era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1,9): pero el mundo no la recibió y prefirió la tiniebla. Jesús nos dice Yo soy la Luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8,12)
Y leemos en Mateo 5: 14-16: vosotros sois la luz del mundo... brille así vuestra luz delante de los hombres. Tenemos que ser luz para los demás, repartir calor, precisamente porque nosotros hemos recibido todo esto. Ser hijos de la luz (Efesios 5:8) viviendo en amor porque quien ama a su hermano permanece en la luz (1 Jn 2,10).
La primera página de la Biblia (Gen 1:3) se abre con la luz creada por Dios, como comienzo de toda vida, la última (Apoc 21:23 s.ss) dice que la nueva Ciudad, la Jerusalén Celestial, no necesitará ya de la luz del sol ni de la luna, porque la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero... allí no habrá noche
.

Rabino Arieh y Adriana