viernes, 3 de enero de 2014

2014

El camino de nuestra vida puede ser rudo, pedregoso, y cuesta arriba… pero no tiene porqué desanimarnos.
Las pruebas  enseñan, el dolor y el sufrimiento son maestros, pero el gran profesor es el Amor que incluye la alegría, la cercanía, la ternura y el cuidado.
Cada tramo del camino que nos resta en esta vida debiera contar con nuestra intención de transitarlo con todas nuestras fuerzas (físicas y espirituales).
La buena intención es fundamental: sin ella es complicado realizar aquello que no nos atrae o nos resulta difícil.
La buena intención suele movernos a realizar cosas que realmente nos importan, pero postergamos por otras que nos obligan…
La buena intención nos motiva a desplegar alas en lugar de replegarnos en nuestra propia soledad, en nuestros íntimos conflictos, en nuestros roles oscuros.
La buena intención nos lleva a elegir aquello que nos hace bien, tanto al alma como al cuerpo.  
La buena intención nos acerca a los demás y nuestra comprensión de la alteridad se vuelve positiva: comienza a valorar cosas concretas de los que nos rodean, mueve a expresar cuánto los apreciamos, los queremos y a respetar sus formas y sus tiempos.
La buena intención promueve el diálogo, la cercanía, el abrazo: a otra persona, a un animal, a un árbol… o a uno mismo…
La buena intención agradece, no entiende como simples merecimientos las gracias obtenidas.
La Vida, desde el principio, ha  evolucionado hacia más Vida. Dios cesó de crear -en el Génesis-, ahora nosotros  somos sus manos... Somos co-creadores, y recordarlo e internalizarlo da sentido a cada nuevo proyecto, a cada nueva aventura, a cada paso que damos…
El Señor, como alfarero, nos moldeó perfectos… amasemos el barro de nuestras imperfecciones, alisemos la greda propia y juntemos las piedras del camino para construir puentes en lugar de muros.
Adriana  - 31/12/2013