viernes, 18 de mayo de 2007

Pentecostés - Shavuot




Pentecostés – Shavuot











Shavuot con Pésaj y Sucot, forman "Shalosh Regalim" (Las tres Fiestas de Peregrinación), donde los Hijos de Israel se dirigían al Templo de Jerusalén. Las tres guardan relación con las labores agrícolas. "Shavuot" es mencionada en el Pentateuco (Torá) como la Fiesta de las Primicias ("Jag Habikurim") o Fiesta de la Siega (Jag Hakatsir).
Se denomina también Pentecostés (50) por los cincuenta días que transcurren entre Pésaj y Shavuot.
El hombre expresa su agradecimiento al Creador, llevando al Templo los primeros frutos del suelo, como ofrenda. El rito de las primicias se originó a la llegada a la Tierra Prometida.
En virtud de lo recibido ofrendaban al Señor diciendo: “Y ahora yo traigo las primicias de los frutos de la tierra que tú, Yahvé, me has dado” (Deuteronomio 26:10)
Para la tradición es la fiesta de la "Torá": "Zman Matán Torateinu" (el tiempo en que se nos otorgó la "Torá"). La Voz Divina se grabó en la piedra y los 10 mandamientos fueron recibidos por Moisés (Moshé) y luego por el pueblo que respondió "Naasé Venishmá" (así lo haremos y obedeceremos).
Cada "Shavuot" se renueva la recepción de la Torá y el pueblo se vuelve a “con-vertir”. Se lee el Libro de Ruth, texto bíblico de los "Guerim" (de los que se están convirtiendo al judaísmo).
Pentecostés es una festividad que recuerda el descendimiento del Espíritu Santo, como lenguas de fuego, sobre los Apóstoles (Hechos 2:1-4) cincuenta días después de la Resurrección de Jesús, como ÉL lo había prometido. San Pablo, que era rabbí judío, llama “primicias” al Espíritu, como esos frutos nuevos y sin defecto que se llevaban en ofrenda al Templo. Jesús le llama Paráclito (Consolador, Defensor). En el Evangelio de Juan 15:26 dice: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre…” y en 16:7: “…Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré…”
El Espíritu Santo nos sella con la gracia de sus dones cuando estamos dispuestos (como los Apóstoles) a recibirlo. Pablo en su Carta a los Efesios 1:13 y 4:30 y en la Segunda Epístola a los Corintios 1:22 dice: “Habéis sido sellados por el Espíritu Santo para el día de la redención”, y así el Espíritu “imprime” su marca en nosotros, su Divinidad en nuestra pequeñez. Solo tenemos que ser lacre blando para que un leve soplo imprima su gracia en nuestro ser.
Los Reyes usaban un sello para autenticar sus órdenes o solicitudes que era considerado sagrado. Así, cuando el Espíritu Santo nos “sella”, llevamos la marca del Rey Eterno.
En “El Cantar de los Cantares” 8:6 leemos: “Ponme como sello en tu corazón, como un sello en tu brazo. Que es fuerte el amor como la muerte…” y aquí el sello es el Amor del Amado que quiere marcar el corazón de la amada (su ser interior) y su brazo (su cuerpo) para que su entrega mutua sea visible. El Espíritu se manifiesta en nuestro brazo cuando actuamos conforme a los dones que de Él recibimos, y en nuestro corazón cuando nuestro sentimiento de amor y caridad se irradia con humilde generosidad.
En Éxodo 28: 9-12, Dios hizo grabar los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del Sumo Sacerdote, para abarcarlos a todos (incluirnos a todos) cuando el Kohen Gadol se presentaba frente al Santo de los Santos. Con él estamos todos, como pueblo de Dios, como personas amadas por el Señor. ÉL nos eligió para transcurrir el desierto y llegar a la tierra prometida, a todos, a cada uno de nosotros.
Juan en 6:27 dice que Jesús es Aquel a quien el Padre ha marcado con su sello… ese mismo sello nos marca a cada uno de nosotros cada vez que el Espíritu se revela en nuestro corazón.

Rab. Arieh y Adriana